La llegada de la primavera trae consigo numerosos cambios y no creo ser una persona especial si os confieso que eso me encanta. Lo que para algunos puede ser una época molesta por las alergias que padecen, para otros, en cambio, es momento de poner no solo el guardarropa patas arriba, sino de emprender reformas en casa, aunque nada más sea cambiar las cortinas de la cocina o el color de las paredes de una habitación.
En mi caso, el asunto se relaciona más con la cuchara y la cazuela. Me explicaré. Mi abuela que era una gran cocinera solía decir que los alimentos que tenemos que consumir deben ser principalmente los de temporada. Eso de comer fresas en diciembre o naranjas en agosto no era un hábito alimenticio muy saludable para ella.Tal vez por esa teoría suya tan ecologista aprovechaba la época de cosecha de cada fruta y verdura para preparar conservas y confituras que nos duraran todo el año.
El paso del tiempo le ha dado la razón y he comprobado que los productos que la madre Naturaleza nos proporciona no son tan sabrosos fuera de temporada. De manera que, transcurridos los años y convencida de la teoría de mi abuela, cuando llega el mes de abril, sigo sus pasos en la cocina repasando sus consejos mentalmente como si ella me estuviera observando de cerca: «emplea cuchara de madera, cuece a fuego lento, no tengas prisa, selecciona la fruta madura…» y así, un sinfín de recomendaciones sabias.
No es de extrañar pues que, con la primavera, mi paladar y olfato se revolucionen y me entren unas ganas terribles de ponerme el delantal, de recuperar el cuaderno de recetas de mi abuela Antonia y plantarme frente a los fogones para preparar la confitura perfecta que acompañará mi tarta favorita de queso, también casera, ¡por supuesto!
No puedo negar que me encanta el momento en que mis hijas vienen a comer y, nada más cruzar la puerta de casa y guiadas hasta la cocina por el dulce aroma de la compota de manzana que preparo, me piden que les deje rebañar con la cuchara los restos que quedan en la cazuela. Es curioso que generación tras generación haya cosas que no cambian y, en mi caso, esto que me piden es lo mismo que yo hacía con mi madre o con mi abuela.
Y bien, llegados a este punto de las confesiones, solo me queda ya convencerte de la irresistible atracción que puede despertar en ti una cocina bien equipada. Déjate llevar y comprueba lo relajante y estimulante que resulta cocinar para ti y para alguien más y no olvides servirte un copa de vino o de vermut mientras permites que el chef que llevas dentro haga de las suyas. ¡No te reprimas y buen provecho!