El arquitecto Pedro Quintela ha rehabilitado esta casa rústica en Portugal, situada en la aldea de Malveira da Serra, al lado de Sintra. La casa se encontraba en ruinas con un pequeño patio utilizado para fines agrícolas.
La fase de limpieza era crucial para el desarrollo de todo el proyecto. El proceso de limpiar meticulosamente las ruinas, le dio al arquitecto, no sólo, la oportunidad de estar familiarizado con el sitio más íntimamente, a través de la revelación de todos los rincones, sino que también la oportunidad de descubrir reliquias del pasado, que reintrodujo con una nueva vida a la nueva casa. A pesar de estar totalmente entusiasmado en elementos que recuerdan el pasado del sitio, sólo prevalecieron las paredes de piedra originales.
El arquitecto tiene la creencia de que el éxito de sus intervenciones arquitectónicas dependen de su total disponibilidad para estar presente durante la obra en el lugar, por lo que decidió mudarse a una casa vecina. Vivir en los alrededores del sitio (como lo hizo hasta que los trabajos concluyeron) le permitió al arquitecto integrarse y familiarizarse con el modus operandi de los habitantes del lugar, y además, lo que él considera, crear condiciones claves para la transformación nutritiva del sitio, que permite que la armonía detallada reine en su conjunto.
Respetando y preservando la identidad de la construcción original, la recuperación de la ruina se hizo con recursos de materiales locales, como la madera de pino y el granito de la Sierra, enfocándose, sobre todo, en los ya existentes. Como recreando un puzle, el arquitecto reutilizó los materiales originales de la propia casa y les dio funciones renacidas en otros lugares.
El método de trabajo del arquitecto es intuitivo. El arquitecto asume el papel de «portavoz», por lo que asume como responsabilidad básica el saber «escuchar» y crear, en aquel lugar único, lo que se puede hacer o no. Si se establece la «comunicación«, se traslada a la práctica, por medio de bocetos, maquetas de cartón y el diálogo fundamental y permanente con sus colaboradores, considerado vital para garantizar la fluidez de trabajo y minimizar los errores de proceso.
El arquitecto cree firmemente en la arquitectura como un proceso de evolución (como ocurre en la naturaleza), que está interconectada en tres fases: la adaptación (respuestas inmediatas del lugar), transformación (reflexión) y cristalización (creación). Él cree que, sólo pasando por este proceso, se puede considerar la posibilidad de que el trabajo sea auténtico, respetando así «El espíritu del lugar.»
En el caso particular de esta intervención, se puede decir que «la casa abre sus brazos para transformarse en un espacio fluido, grande, luminoso, acogedor, donde todo tiene sentido».
Imágenes vía: homedsgn