Uno de mis rincones favoritos de Nueva York es Central Park. Me parece un lugar maravilloso dentro de una de las ciudades más impresionantes del mundo. La madre naturaleza también forma parte de la arquitectura y del diseño de este parque, cambiante a lo largo del año. Durante cada una de las cuatro estaciones, nos ofrece un espacio único y diferente. La combinación de colores en cada estación crea espacios acogedores.
En invierno, Central Park se vuelve de color blanco, se fusiona con el cielo y de esta manera se integra con los múltiples rascacielos de Manhattan, en los lagos se crea una capa de hielo donde los neoyorquinos acuden a patinar.
Finalizado el invierno comienza la primavera, donde las temperaturas se vuelven cálidas, los días son más luminosos y con ello la vegetación comienza a florecer. Debido a la gran variedad de vegetación que tiene Central Park, se produce una mezcla de colores vivos e intensos.
Después de la primavera llega el verano, los días son mucho más luminosos a la par que calurosos. La naturaleza nos invita a la vida al aire libre con esos colores tan intensos y vivos que aún se mantienen desde la primavera. Además, se crean espacios de sombra donde poder protegerse del astro rey en esos días en los que el calor se hace difícil de soportar, ¿quien no disfrutaría de una tarde de verano debajo de un árbol leyendo un libro, charlando con un amigo, etc.? Central Park está lleno de miles de árboles donde poder cobijarse, y en cuanto se esconde sol tiene grandes explanadas de césped donde poder ver una película, hacer un picnic, etc.
En otoño los días empiezan a acortar y comienzan a ser más fríos. La naturaleza pasa de los colores vivos e intensos a una gama de colores de amarillos, naranja y marrón. Las hojas comienzan a caerse de los árboles creando en el pavimento alfombras de hojas. Ofrece de esta manera otro lugar acogedor donde poder sentarse y disfrutar del sol que aún se deja sentir.