“Una pintura es un poema sin palabras” fueron las palabras  con las que el poeta Horacio definió este arte. Pues bien, atendiendo la definición de este clásico latino, podemos afirmar que Pepa Poch, no solo crea arte en sus lienzos o esculturas, sino que va más allá y lo crea en cada rincón que descubrimos en su atelier de la Costa Brava, donde consigue la inspiración para desarrollar su creatividad y materializarla en sus trabajos.

Siempre he creído que aquellas personas que trabajan con colores buscan neutralizar esa saturación  para la vista gracias a la compañía del blanco. La obra de Pepa Poch está llena de luz, color y creatividad; sin embargo, la sencillez del entorno en su taller nos transmite una pasión serena que contrasta con la riqueza cromática de sus trabajos.

En su estudio, la luz se filtra por todos los rincones y se refuerza con la blancura de las paredes, las cortinas, la ropa de cama, algunos los muebles, las puertas…  Es casi un territorio inmaculado, donde el color sale de los pinceles de la artista y se confunde con  el azul intenso del mar y el cielo mediterráneo, el verde esmeralda del monte bajo y los pinos, el fucsia de las buganvilias, el dorado de las mimosas, el marrón de la tierra y la madera… toda una paleta de colores naturales que sirve de inspiración a esta artista catalana.

Como he mencionado, su estudio respira sencillez y frescura a través de la utilización de materiales naturales: madera en las vigas y los muebles, incluso en el suelo, piedra en el exterior de la casa y en el baño, fibras naturales en esteras y algunas piezas de mobiliario o elementos decorativos,  metal en objetos antiguos, colocados en lugares estratégicos para ser admirados como puros bodegones. Nada es superfluo ni casual, pues forma parte de un enorme lienzo como las piezas de un puzle que conforman un todo que sale a nuestro encuentro y nos descubren poco a poco la calidez de este refugio casi secreto.