Desde tiempos inmemorables el calzado ha sido un elemento que ha formado parte de nuestras vidas. Ya los primeros hombres que poblaron la Tierra descubrieron que con las pieles de los animales cazados podían protegerse los pies y evitar así las heridas o el congelamiento de los dedos; otros menos considerados y delicados, a diferencia de aquellos, los han empleado como objetos de tortura o «entrenamiento», ya sea el caso de las mujeres chinas o el de los faquires de India.
Desde entonces, los materiales y los modelos han variado mucho tanto para hombres como para mujeres, aunque no tanto las razones para su uso. En la actualidad, se siguen utilizando básicamente como protección y la piel, como materia prima original, ha dejado también paso a otros materiales manufacturados que permiten creativos diseños antes impensables.
Fue el nacimiento de la clase burguesa lo que forzó a que este elemento tan cotidiano adquiriera un papel destacado y diferenciador de la clase social a la que cada cual pertenecía. Por esa razón, llegaron, incluso, a convertirse en objeto de lujo para las clases dominantes. Ni siquiera los varones, dado que les estaba permitido mostrar sus pantorrillas sin pudor, pudieron resistir la tentación de alardear de su gusto y estatus gracias a carísimos zapatos forrados con ricas telas y adornados con piedras preciosas y hebillas de oro o plata. Las mujeres, en cambio, para estar en igualdad de condiciones que los hombres, tendrían que esperar hasta principios del siglo XX a que se acortaran las faldas y quedaran a la vista sus extremidades inferiores adornadas con un llamativo y sexy calzado.
La consideración social de esta pieza del vestuario ha evolucionado hasta tal punto que el mundo del arte ha sido el siguiente en dirigir la mirada hacia él. Fotógrafos, pintores y escultores han empleado todas sus habilidades para inmortalizar este objeto. Ya no se trata de mostrar a una mujer o un hombre que, por su pose o determinadas circunstancias que lo rodean, permitan apreciar qué tipo de zapato lleva. El zapato en sí se ha convertido en foco de atención artística y ha pasado a ser representado en un lienzo, en el papel, en una fachada o un fotograma sin ningún complejo.
Incluso el mismo Van Gogh dejó inmortalizados varios ejemplos de calzado; también lo hizo así el fotógrafo James Moore (1962) en una de sus fotografías donde muestra únicamente extremidades femeninas y sus sombras o la escultora Gyula Pauer con su composición frente al Danubio en Budapest en recuerdo de los muchos judíos que fueron asesinados y después arrojados a este río durante la II Guerra Mundial. Entre unos y otros, son variados los ejemplos que reflejan la importancia que este objeto de deseo sigue manteniendo entre los que se consideran fetichistas o entre los que no lo son.
En base a estas consideraciones, si uno está por la labor de colgar en una de las paredes del salón, del dormitorio o del pasillo de su casa un trabajo artístico, no importa el estilo decorativo que haya escogido para ella. Seguro que encontrará el motivo y el medio de expresión que se adapte perfectamente a su personalidad. Ya sean láminas vintage extraídas de antiguos catálogos de zapateros artesanos, o llamativos trabajos de dibujantes de comics y diseñadores gráficos o fotografías tomadas en un estudio para una campaña publicitaria de una determinada marca o, en último lugar, como recuerdo del calzado que la novia lucía el día de su boda. Todos estos ejemplos son válidos y dignos de ser mostrados en una pared si conllevan la intención de convertirse en piezas decorativas que atraen la atención del espectador al tiempo que transmiten información sobre el artista o sobre los gustos, estilo y personalidad de quien los ha escogido. ¿Por qué no?