La imaginación empleada hacia la búsqueda de soluciones no tiene límite. Los investigadores nos lo demuestran día a día.
La hidroponía ya era usada por las culturas precolombinas en América. Se sabe con certeza que los aztecas la usaron eficientemente. El cultivo hidropónico, como la mayoría sabrá, no se utiliza un suelo «físico», sino que las raíces nadan libremente en una solución nutritiva. Esta técnica permite cosechas mayores en menor tiempo, con lo que aumenta la productividad y disminuyen los costes.
Hoy en día, mucha de la fruta y verdura que consumimos procede de cultivos hidropónicos. También otros cultivos, como el de las flores ornamentales, han visto maximizadas sus producciones gracias a la tecnología hidropónica.
Meriem Chabani, arquitecta argerlina, ha diseñado el Arctic Harvester –el cosechador ártico–, que propone una infraestructura agrícola sin suelo e itinerante, diseñada para navegar a la deriva en las corrientes marinas que circulan entre Groenlandia y Canadá.
En su aventura por el ártico, explotará el agua rica en nutrientes liberados por la fusión de icebergs como la base para un sistema hidropónico que permita una agricultura a gran escala. La instalación flotante está equipada para albergar una comunidad de 800 personas. Su diseño ha sido inspirado por los pequeños pueblos de Groenlandia por sus relaciones sociales, culturales y económicas en torno al mar.
El proyecto fue promovido como una respuesta a la dependencia agrícola de Groenlandia, que necesita importar casi todas las frutas y hortalizas frescas procedentes de sus vecinos, quienes disfrutan de un clima mucho menos agresivo y de suelos más fértiles. La solución propuesta no solo busca satisfacer esa necesidad, sino también un modelo susceptible de ser reproducido y que, en el futuro, pueda inclinar el equilibrio del comercio de Groenlandia en este sector de déficit a superávit.
En busca de un paisaje fértil para un territorio estéril, el Arctic Harvester despliega diversas estrategias técnicas, energéticas y sociológicas. Tiene una forma circular que ofrece icebergs en su bahía central, desde donde el agua fresca cosechada se dirige a los niveles de cultivo hidropónico y, más tarde, a la planta de energía osmótica en un proceso que valora y conserva el agua dulce como un recurso reutilizable. La nave central es, pues, el corazón del proceso de la cosechadora agrícola, el centro de su producción de energía sostenible, además de ser también el centro social de los habitantes de la cosechadora ártica, gracias al jardín de hielo que ofrece espacios e invernaderos flotantes para el uso comunitario.
Erik el Rojo descubrió Groenlandia en el siglo X y la llamó la «tierra verde» para atraer a futuros colonizadores. Les vendió la idea de una tierra soleada y fértil cuando en realidad se trataba de un infierno de hielo. Aún así los vikingos prosperaron. Ahora, en el siglo XXI, el mismo hielo que congelaba la tierra haciéndola impracticable servirá como solución nutritiva en los nuevos cultivos hidropónicos que vagarán por el Ártico.