«Mucho amor germina en la casualidad; tened siempre dispuesto el anzuelo y, en el sitio que menos lo esperéis, encontraréis pesca”, tal vez, sin yo saberlo, mientras pescaba por la red de internet, fueron estas palabras del poeta Ovidio las que me condujeron hacia Manuel Pérez, pintor murciano, con un amplio palmarés de premios cosechados, incluso  en su adolescencia.

Que apuntaba formas, el chaval, era más que evidente y ya nadie se sorprende en la actualidad cuando conoce los numerosos reconocimientos, menciones, galardones y todo tipo de honores que sus exposiciones reciben por medio mundo.

Sus pinturas, repletas de color, personajes de cuentos y realidades cautivan  nada más verlas. Uno quiere convertirse en la Caperucita del cuento y  pasear entre los árboles junto al lobo, aquí más bueno, o el zorro de “El principito” o tal vez un gran perro domesticado y dócil que luce collar como si fuera una bufanda; tocar esas plantas crasas que se yerguen altivas como palmeras envueltas en color para que no pasen inadvertidas.

Manuel es valiente y no teme al lienzo de grandes dimensiones; permite que el espectador tome conciencia del tamaño y se vea inmerso en el paisaje urbano o boscoso casi sin darse cuenta, sin miedo.

A veces, frente a sus acrílicos, tengo la impresión de estar contemplando un puzle enorme, con todas las piezas ante mis ojos. Todas ellas encajan y mezclan sus colores armoniosamente como en un cubo de Rubik, pero esta vez  la fusión se produce en el lienzo, no en mis manos. No importa si es un rostro femenino o una pareja besándose, un rincón del bosque donde se entrevé una cabaña o un conjunto de macetas con sus respectivas plantas. La geometría colorista está presente por todas partes. Salta a la vista, casi se desborda y nos invita a tocarla con los dedos.

Por ahora me quedo con el zorro rojo de Manuel. Quizá él lo haya escogido porque, entre todos los animales, este, además de ser nocturno, se cree que es el animal más adaptable del mundo, pues se amolda a cualquier lugar, a cualquier condición del entorno y a los cambios de las fuentes de su alimento; incluso en sus comunicaciones verbales incluyen gritos que algunos califican de humanos.

La próxima vez que acuda a una exposición de Manuel, prestaré más atención para comprobar si sus zorros realmente deambulan silenciosos por la sala como lo hacen entre  los árboles.