Es inevitable referirse a la famosa pieza teatral de Arthur Miller cuando observamos la belleza en calma de estas imágenes relativas al puente Sackler Crossing en el Real Jardín Botánico de Kew, situado en una curva del río Támesis y llevado a cabo por el estudio de John Pawson. Siempre me he interesado por la trayectoria de este arquitecto y diseñador, paradigma del profesional anti-estrella, ejemplo de la arquitectura sin ruido, el valor del espacio vacío, la voz de la materia (como le definían en El Croquis) y con una visión lumínica y constructiva casi zen que siempre le ha relacionado con la arquitectura oriental clásica.
El desafío de diseño de este puente, que recibió el premio RIBA en 2008, fue su capacidad para fusionar la labor técnica de ingeniería con elementos arquitectónicos y artísticos. La pasarela está construida con sólo dos materiales de alta resistencia: Peldaños de granito dispuestos como traviesas de ferrocarril y postes de bronce que sirven como barandilla cuya aleación se utiliza habitualmente para fabricar propulsores submarinos militares. Su curva serpenteante parece rozar la superficie del lago, lo que produce la sensación de estar dando un paseo directamente sobre el agua; esta cercanía se ve reforzada por la invisibilidad de las estructuras de apoyo, lo que convierte al puente en una especie de escultura abstracta flotante que establece una conexión visual con las formas naturales del entorno y la verticalidad de los árboles circundantes.
Su aparente ligereza visual contrasta con la solidez de la base, que incorpora tres arcos transversales secundarios para reducir la carga del granito y el bronce sobre los cimientos. La ambigüedad de los materiales se potencia en los días de niebla o durante la noche, en que el puente parece estar construido íntegramente en madera. A nivel arquitectónico el puente establece un nuevo eje de circulación central que permite a los visitantes recorrer el paisaje con la mirada en toda su amplitud, integrándose como un componente más del jardín botánico de Kew y respetando la tranquilidad que lo define.
En 2003 la UNESCO incluyó este jardín en su lista de Patrimonio de la Humanidad, no sólo por su valor histórico sino por la importancia de su trabajo en los campos de las ciencias botánicas y ambientales llevadas a cabo desde 1759. Un año después se tomó la decisión de encargar el puente a John Pawson haciéndose eco del precedente establecido por William Kent, uno de los primeros visionarios de Kew, que insistía en que cualquier objeto colocado dentro del paisaje tiene que parecer que ha tropezado en él por accidente, sin una planificación previa. El arquitecto superó el reto con creces, logrando además todo un hito contemporáneo de la ingeniería actual.