Paseando por las calles de Ámsterdam, cerca del Barrio Rojo, un caballero blanco nos llama desde la ventana, es el rey del Hotel Andaz, que con el torso descubierto nos incita a entrar a tomar un café.
Para acceder al hall del hotel traspasamos un pasillo nupcial preciosamente decorado con molduras de yeso.
Una vez allí, 3 mesas redondas de pies contundentes iluminadas por campanas, hacen las veces de recepción (aunque en el primer momento no me diera cuenta).
Nos dirigimos a la zona de bar y desde allí vemos que las campanas cuelgan de un lucernario decorado con estructuras que nos recuerdan a los planetas. Sus grafismos inspirados en la cerámica de Delft Holandesa. Detrás, un gran armario crea una barrera física que lo separa del resto del hotel.
Desde nuestra posición de no huéspedes del hotel investigamos un poco a ver qué otros espacios podemos visitar y así nos encontramos con el bosque de sillas rojas. La escalera de papel de capitoné que nos lleva hasta los baños.
No hay nadie a la vista, sigo por un pasillo lleno de gatos chinos de la suerte y finalmente me encuentro la puerta del spa (por supuesto cerrada).
Hasta aquí va a llegar mi excursión, no sea que alguien me pille. Vuelvo a subir y me tomo ese café que me está esperando. Acabo de decidir que cuando mi presupuesto me lo permita me encontrarás en el Andaz redescubriendo el barroco.
Silvia R.Mallafré