Este amplio y original loft reciclado de 220 m² se encuentra en Portland, Oregón. Es el resultado de la unión de tres unidades independientes de un mismo edificio en una sola. Los propietarios de esta antigua fábrica invirtieron doce años en continuas reformas hasta conseguir esta personal vivienda de tres dormitorios y dos cuartos de baño.
Eliminaron casi todas las paredes y dejaron expuestas paredes de hormigón y ladrillo además de las vigas de madera del techo.
El piso fue fregado a conciencia para retirar la pintura y, posteriormente, se selló con poliuretano y se pulió con una capa de cera.
La mayoría de muebles y elementos de esta casa han sido rescatados por Kursteen Salter, su propietaria tras hurgar y buscar muebles, materiales y piezas de segunda mano en tiendas vintage y mercadillos.
Al derribar los muros, Kursteen y su marido querían dar prioridad a la luz natural, pero sin renunciar a la privacidad. Lo lograron gracias a paneles transparentes de resina ecológica fabricados en Canadá en los que se incrustaron materiales naturales como hierbas y ramas.
Gran parte de la carpintería está realizada de forma artesanal por un amigo de la familia. Ejemplos de estos trabajos son la mesa del comedor, la cama del dormitorio principal o los armarios del salón y los que se encuentran debajo de la chimenea.
El dormitorio es la habitación más industrial de la casa. Se colocaron placas de diamante de acero en el suelo y en una de las paredes. La cama también la realizó el amigo de la familia encargado de la carpintería. Para su montaje, aprovechó unas ruedas de época a las que añadió unos tablones de madera y unos remates de soldadura.
Para la zona de estar, Kursteen rescató la madera de un viejo granero y, sin darse cuenta, acabó aplicando al espacio la estética japonesa del wabi-sabi. Los principios claves de esta estética incluyen que se vea la mano del artesano, ya que se trata de un proceso natural de trabajo; que se aprecie la irregularidad tal y cómo la naturaleza viene a nosotros y por último, debe haber una búsqueda de la belleza en el terrenal e imperfecto trabajo como aceptación del orden cósmico.
Llama poderosamente la atención que las paredes hayan sido forradas con sacos de arpillera de pienso animal procedentes de una granja lechera.
Uno de los baños cuenta con una tina tradicional de cedro japonés al igual que el suelo. Las paredes son de guijarros negros y la puerta de madera ha sido recuperada de un granero.
La zona del lavabo ha sido recubierta con paneles de cobre procedentes de una fábrica de lana. Para el lavabo se añadió a la pila dos paneles de madera como encimera y unas canastas de mimbre.
El otro baño tiene las mismas piedras negras en las paredes y además, una pared semiprivada de vides secas que separa el lavabo del inodoro. Asimismo, destaca la pila de piedra que es una fuente para dar de beber a los pájaros. A esta se le añadió una base de hormigón hecha a medida para elevar y dar un nuevo propósito a la taza.
Por la noche, las lámparas marroquís proyectan una luz suave en el techo. Los armarios situados debajo de las ventanas y en la chimenea proceden de la madera reciclada que se desechó en un instituto de secundaria tras unas inundaciones y, como otras piezas de la casa, fueron construidos a medida para el lugar que ocupan.
Solo me queda por añadir que sus propietarios, tras doce años de reformas y con mucho dolor de corazón, confiesan que han decidido mudarse a otra vivienda porque echan de menos un patio y un jardín que esta no tiene.
Y yo me pregunto: ¿esto no lo tendrían que haber pensado antes de involucrarse en tanta reforma, trabajo y esfuerzo? Está visto que para algunos, la vida es cambio continuo.